Thomas de Quincey fue uno de los escritores más extravagantes del siglo XIX. «Hombre de grandes tristezas y grandes alegrías», como diría Robert E. Howard, era un auténtico erudito pero su inteligencia y su carácter le llevaron a tener una vida difícil, sobre todo por su afición a escandalizar a la sociedad biempensante de la época. En Del asesinato considerado como una de las bellas artes usa su finísima inteligencia, su verbo afilado y cierta dosis de ambigüedad para tratar un tema espinoso desde la ironía y un sentido del humor tremendamente negro, que también puede encontrarse en su obra polémica por excelencia, Confesiones de un opiómano inglés, donde cuenta su experiencia como usuario de opio desde la más absoluta sinceridad. Pero como para los moralistas sólo se puede hablar de las drogas para condenar su consumo, este libro fue muy criticado en su época y aún hoy sigue siendo una obra incomprendida.

La rebelión de los tártaros
De Quincey, como decía, era un hombre brillante y de una inteligencia inquieta, así que no podía dejar de fijarse en una de las peculiaridades de la historia europea: los calmucos. ¿Que no os suenan de nada? Bien, los calmucos son un pueblo de origen mongol que viven al norte del Caúcaso, cerca de la desembocadura del Volga en el mar Caspio. Una de sus peculiaridades es que son el único pueblo mayoritariamente budista en Europa y otra que el presidente de la República Calmuca (pertenece a Rusia), Kirsan Ilyumzhinov, es también presidente de la Federación Internacional de Ajedrez… además de afirmar haber sido secuestrado por extraterrestres. Estas declaraciones causaron preocupación en el gobierno ruso, no por la posibilidad de tener a un tarado entre sus filas si no porque podría haber revelado secretos de estado a los extraterrestres.
Pero no fue el bueno de Kirsan lo que llamó la atención de de Quincey si no un hecho ocurrido en el siglo XVIII, el éxodo de los calmucos hacia China. En 1771 el último khan de los calmucos condujo a su pueblo en una larga marcha atravesando los desiertos de Asia Central para huir del creciente dominio de Rusia en sus tierras. En La rebelión de los tártaros De Quincey narra las penurias que padecieron los calmucos camino del exilio, acosados por el ejército ruso y las emboscadas de los kazajos y los kirguises, perdida buena parte de sus rebaños y condenados a la muerte por hambre y sed. De los 200.000 calmucos que iniciaron el viaje apenas la tercera parte llegó a su destino.
De Quincey, un hombre que conoció grandes pesares en su vida, trasmite a la perfección la inquietud que provoca el destino ineludible de los calmucos, la desesperación de una huída que conduce a la muerte segura.
No sólo De Quincey ha escrito sobre los calmucos. En Vida y destino Vasili Grossman también sitúa unos cuantos episodios en la estepa calmuca, en plena II Guerra Mundial.
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