Edimburgo es una ciudad vieja y llena de historias, algunas más próximas a la leyenda, otras más a la realidad. Y esto debe transmitirse a sus habitantes, pues de ahí han salido un buen puñado de escritores, como Arthur Conan Doyle, Walter Scott o J. K. Rowling, la «madre» de Harry Potter. Y, por supuesto, el hombre de quien quería hablar hoy, Robert Louis Stevenson, otro edimburgués aficionado a relatar historias.
No sólo gustaba de contar historias de su propia cosecha, si no que también se inspiró en un curioso personaje de Edimburgo para crear a uno (o unos) de sus personajes más conocidos: el Doctor Jekyll y Mister Hyde. El hombre que inspiró esta historia fue William Brodie, un famoso ebanista y reputado ciudadano de día, ladrón por las noches.
Utilizaba su trabajo como ebanista para estudiar cómo colarse en las casas de sus clientes más ricos y cuando le encargaban la reparación de alguna cerradura, aprovechaba para hacer copias de la llave. Gracias a su reputación nadie sospechaba que era él quien estaba tras la oleada de robos que tenía en jaque a la policía de la ciudad.
Pero, ¿qué impulsaba a un hombre en la cúspide de su carrera a cometer tanta fechoría? En parte, la emoción del robo, pero también para mantener una segunda vida oculta. Además de su familia oficial, Brodie mantenía dos amantes con las que había tenido (al menos) cinco hijos.
Sin embargo, no existe el crimen perfecto, y el señor Brodie fue finalmente capturado. Tras una carrera criminal de 18 años, la avaricia le llevó a contratar a varios compinches, uno de los cuales fue capturado y le traicionó. Ironías de la vida, acabó colgado en una horca que él mismo construyó.
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