Avenida Potemkin, 123

Rusia es una fuente inagotable de curiosidades e historias un tanto bizarras. Adrián ya nos contó hace tiempo el baile de nombres de San Petersburgo, y la historia de hoy también trata sobre ciudades… ¡o no!

Cuando oímos Potemkin nos viene a la mente la legendaria película de Eisenstein, en la que este plasmó por primera vez sus revolucionarias teorías sobre cómo utilizar el montaje para despertar emociones en los espectadores. Estas ideas fueron tan influeyentes que una de las escenas de la película (Las escaleras de Odessa) ha sido homenajeada en un montón de películas.

El título de esta película viene del nombre de un barco, el Acorazado Potemkin, que es a su vez un homenaje a Grigory Aleksandrovich Potemkin, un militar ruso, entre cuyas hazañas se encuentran haber sido amante de la emperatriza Catalina II de Rusia y conquistar la península de Crimea (actual Ucrania) para su imperio, por ese orden de relevancia.

Pues bien, tras la conquista de Crimea, la emperatriz decidió visitar sus nuevos dominios. Así que Potemkin, para hacer más valiosa su conquista a los ojos de su reina, hizo construir falsos pueblos, como las fachadas que forman los decorados de las películas del oeste, del tal forma que la reina, viéndolos desde lejos, pensase que era una región próspera. De hecho, no debería hablar de pueblos, en plural, ya que se dice que era un único decorado, que se iba cambiando de sitio conforme avanzaba la comitiva real. Así, este tipo de pueblos falsos creados con fines propagandísticos pasaron a ser conocidos como pueblos Potemkin.

Si bien se pone en duda la veracidad de esta historia, el uso de la expresión se ha mantenido hasta hoy y, por supuesto, también siguen existiendo hoy en día algunos de estos pueblos Potemkin, como la falsa ciudad de Gijeong-dong, en la siempre delirante Corea del Norte.

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