A la hora de analizar esta película la mayoría de las críticas se centran en lo mismo: la fidelidad de esta adaptación respecto al canon de Sherlock Holmes. Es difícil encontrar una reseña donde se hable de la película por sí misma, con sus aciertos y sus errores. Sin embargo, este problema no es nuevo, y se repite cada vez que se adapta algún personaje popular. Quizá el caso más paradigmático de este fenómeno fue El caballero oscuro, con legiones de admiradores y detractores antes de su estreno.

Sherlock Holmes
Esta postura de ceñirse a un canon para juzgar esta película demuestra dos cosas: en primer lugar, una notable estrechez mental, y es que muchas veces las mejores adaptaciones de un personaje son aquellas más transgresoras, las que aportan algo nuevo y no se limitan a repetir los mismos esquemas de siempre. En segundo lugar, demuestran su desconocimiento, y es que a la hora de establecer sus parámetros sobre lo que pueden y no pueden hacer Sherlock y Watson no toman como referencia a Arthur Conan Doyle, si no a Basil Rathbone. Y por eso sorprende que Sherlock Holmes no dude en resolver problemas a ostias en lugar de sentarse en un sillón a fumar una pipa, y que Watson sea un tipo enérgico en lugar de un regordete pusilánime. Pero los mimbres que utiliza Guy Ritchie para revolucionar al personaje ya están en Conan Doyle: Holmes es un experto boxeador y practicante de artes marciales, y Watson un veterano de la guerra de Afganistán.
Hasta ahora he caído en el mismo vicio que he criticado, ya que no he hablado aún de la película, si no de cómo es más fiel al canon holmesiano de lo que parece. Así que toca hablar de las cosas buenas de la película, que las tiene, y son muchas, y también de las malas. En primer lugar, lo acertado de los protagonistas, con Robert Downey Jr. muy metido en su papel, Jude Law haciendo de su contrapunto, formando una pareja perfecta, no sólo en los momentos de acción, si no también en esas escenas en las que parecen un matrimonio. Y eso por no hablar del resto de personajes, como el malvado Lord Blackwood, con una impresionante presencia en escena. Sin embargo, algunos de estos personajes no me han gustado tanto, en particular, la actriz que interpreta a Irene Adler, sus intervenciones parecen un añadido un tanto forzado en la historia para así cumplir con el porcentaje de romance exigido por las convenciones de Hollywood.

Lord Blackwood
En cuanto al aspecto visual, hay que destacar la ambientación en ese Londres victoriano, sórdido, caótico, sucio y acelerado. Una metrópolis steampunk llena de humo y obras, donde Sherlock se mueve entre los edificios más lujosos y los callejones más inmundos con total naturalidad. Y entre todo este caos Ritchie sabe mover la cámara con agilidad, dando a las secuencias de acción y a las persecuciones un ritmo endiablado, pero sin caer en la cada vez más habitual confusión de planos cortísimos y cámaras epilépticas. Y es que, salvo en un par de momentos de lucimiento de las habilidades analíticas de Holmes que no aportan demasiado, la acción está al servicio de la historia, y no al revés. Y esta historia es Sherlock Holmes en estado puro: trabajo mental de análisis y deducción, sí, pero también trabajo de campo buscando pistas, obteniendo información y manchándose las manos. Lord Blackwood es una mente criminal de la que Conan Doyle se hubiera sentido orgulloso, con esa mezcla tan decimonónica entre ocultismo y tecnología, sectas secretas (A. Conan Doyle fue miembro de Golden Dawn) y bombas steampunk. La trama avanza contrarreloj, con un ritmo frenético, pero sin llegar a hacer que el espectador se pierda, administrando la cantidad justa de pistas en torno a unos asesinatos rituales (aunque hubo un punto que no me cuadró en ellos) para que el misterio se desvele completamente al final, y veamos que todas las piezas encajan.
En definitiva, una buena película, que funciona (casi) a la perfección y disfrutable por sí misma, pero que guarda un montón de guiños para el aficionado.
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